domingo, 19 de agosto de 2007

IV: La Quebradora

Tengo que prevenir a los lectores. Quiero que sepan sobre este desastre en el que poco a poco se sumergen los seres que participan en la narración. Éste es un capítulo en el que ocurren muchas cosas, todos los personajes se ven envueltos en situaciones que consternarían a cualquiera. Sus vidas se ven distorsionadas, algo hace saltar de su sitio a la cotidianidad hasta convertirla en trama novelesca, policíaca, negra... Y, como ocurre en estos casos, resulta muy complicado diferenciar a los culpables de los inocentes, a los participantes de una intriga de los creadores de ella; mucho más complicado le resulta, como es lógico, al narrador, darle a los hechos un carácter neutro, un toque de indiferencia que no convierta a los actores de la trama en personajes del más burdo de los maniqueísmos. Y si a esto sumamos que este que narra (su seguro servidor) no tiene idea de las consecuencias que originará su despreocupada imaginería, y que, aún así, pretende generarle un nudo dramático a los seres que habitan su mente, nos hallamos en la tarea de sumarle letras a las letras y palabras a las palabras, dejando a los actores de la narración, más o menos a sus expensas. Así es; a partir de ahora todo lo que ocurra me es ajeno y esperemos que sabré contarlo mejor de lo que puedo, en general, contar las historias ajenas, o contar los chistes que otros cuentan tan graciosamente.
El despertador de Gutiérrez no está más afinado hoy que otros días, sus dientes requieren el mismo tallado que los ha conservado sanos hasta el día de hoy (amarillos por el cigarro, eso sí); del mismo modo en que lo ha hecho desde hace ya muchos años, coloca metódicamente el café en la cafetera, agrega agua; cuando el líquido ha dejado de escurrir caliente por el filtro que lo transforma en el oscuro néctar matutino, sirve una tasa y bebe. Preferiríamos decir que, al salir, se coloca el sombrero y prende el primer cigarrillo. Pero no, Gutiérrez no usa sombrero y, por supuesto, tampoco carga el revolver de una futura y posible escena criminal. Gutiérrez es un hombre común, motivado o, más precisamente, empujado por la inercia que le otorga su agenda. La abre y prende el primer cigarrillo. Toce. La agenda no le ha dicho nada que no sepa. Lo que tiene que hacer es conseguir al Santo para arreglar el conflicto entre la empresa y los enmascarados inconformes. Después deberá informar al Gerente General de Cebadas Fermentadas S. A. de su éxito o su fracaso. Cuando Gutiérrez piensa en un posible fracaso se le perla la frente y da bocanadas nerviosas; cree tener un As bajo la manga, o cree, más bien, tener, bajo la manga, un cheque muy grande firmado por Cebadas Fermentadas S. A. y dirigido al Portador (porque ni modo que esté dirigido al Santo), un cheque que –piensa Gutiérrez—haría aceptar el trabajo al más necio de los gladiadores. El licenciado es un hombre de clase media y suele repetir frases que la clase media tiene como preceptos incontrovertibles: con dinero baila el perro, repite Gutiérrez mientras camina hacia su despacho con los ojos clavados en el suelo.
Lo que no ha contemplado este personaje es que los dueños de Cebadas Fermentadas S. A. no se hicieron ricos firmando cheques y que el trabajo del Gerente General es evitar el gasto de dinero, no el de dilapidarlo. Otra cosa que debería tomar en cuenta Gutiérrez es la arrogancia insufrible del Gerente General, quien padece del síndrome de la pulga que siente que es ella la que se rasca al perro. Nosotros sabemos, claro, que al Santo no lo mueve el villano interés por el dinero; la estrecha mente del abogado no contempla que el héroe cree que no le queda mucho tiempo para gastar, y tiene ya, en el closet, todas las máscaras que necesitará.
Gutiérrez no es capaz de pensar nada de eso mientras sube las escaleras del edificio. Ciertamente va distraído, piensa en las palabras que utilizará para convencer al Santo de participar como intermediario. De pronto una silueta lo hace salir de su espasmo; unos tacones altos de color blanco distraen por primera vez su mirada, después un pequeño tobillo se comienza a ensanchar formando el comienzo de unas piernas bien torneada que, más arriba, se transforma en los muslos grandes y redondos que, para desgracia del espectador, terminan en el comienzo de una falda pegada y no en el espiral de esas caderas magníficamente curvadas por las nalgas firmes.
Gutiérrez se espanta al descubrir que se trata nada menos que de Ester, su secretaria, en quien nunca se ha fijado por identificarla directamente con su agenda. Ester es la agenda viviente de mejores piernas que he visto, piensa el licenciado, sin poder evitar el comentario mental. Por un lapso menor a un segundo, Gutiérrez y Ester se ven a los ojos. La mirada de Ester dice: ¡ah, con que el licenciado me está viendo las piernas! La mirada de Gutiérrez es más torpe y dice: Sí, le estaba viendo las piernas, pero no crea ni un segundo que se las veía porque siento alguna atracción por usted, más aún, miraba sus piernas porque me resultó inevitable con esa falda que trae usted hoy, ni crea que. Y hasta ahí le dio tiempo de pensar a Gutiérrez en ese lapso de tiempo porque tuvo que interrumpir la discusión ocular para decir: Buenos días Ester, revisó el boletín Judicial. Cabrón Gutiérrez, piensa ahora Ester. El abogado no espera la respuesta de su secretaria porque se trataba solamente de una utilización vil del Boletín Judicial para evadir la inminente sexualización, el evidente deseo, la fiebre irrefrenable que podrían haberle provocado esos muslos firmes, esos glúteos parados, esa pequeña cintura, ese... en fin, el narrador tampoco es de piedra.
En el privado sobresale, sobre el escritorio, el expediente de CLTL contra Cebadas Fermentadas S. A., el licenciado, empujado por su agenda (la de papel y no la del cuerpazo) ojea de nuevo el legajo sin poner demasiada atención, de un golpe de vista es capaz de recitar el contenido de cada hoja mecanuscrita. Sin embargo se detiene de pronto, parece haber notado algo que no estaba ahí en la última revisión, sus pupilas cambian sus dimensiones, el color en el rostro de Gutiérrez cambia también pasando intempestivamente de rojo al pálido del pálido al rojo. El color en el rostro de Gutiérrez se ha estabilizado en un rojo abochornado. Entonces se levanta de la silla en la que estaba sentado y camina lentamente hacia donde está su secretaria. Lleva en la mano el misterioso papel. Se lo muestra a Este sin decir una palabra. Ester lo observa y levanta las cejas, enseña las pestañas largas y pintadas al abrir los ojos en muestra de su sorpresa.
–Comuníqueme con el Santo, dígale que es urgente—dice finalmente Gutiérrez.

El Enmascarado de Plata despierta siempre temprano y no usa despertador. Se baña con agua muy caliente porque así le gusta. Después se viste con pulcritud. El día de hoy se ha puesto un suéter blanco de cuello de tortuga como aquel que le hemos visto ya en algunas películas. Sobre el suéter se pone un saco de twit y camina pausadamente hacia su desayuno. Ah, el Santo cree que desayunará tranquilamente, espera con hambre su omelet de huevo con champiñones y el mentado café descafeinado. Este hombre que antaño usaba una argentina y bruñida capa, ha olvidado ya a Gutiérrez y el asunto de la huelga de luchadores.
Por ahí de las nueve de la mañana, a la mitad del desayuno, el teléfono suena constantemente, como si se tratara de un grito necio y agudo proveniente de una absurda caja negra. Nadie contesta. El Santo termina por gritarle a Gregorio que por favor conteste el teléfono, pero Gregorio no contesta ni el teléfono ni los gritos del Enmascarado de Plata. Y lo que pasa es que Gregorio está distraído y cabizbajo porque ha encontrado un papel debajo de la puerta de entrada que, definitivamente, no estaba ahí el día anterior. Se trata de un misterioso documento con el que le es difícil lidiar, así que se lo muestra a su esposa, que pasaba en ese momento por ahí; ella dice, Pues enséñaselo al Santo, y él contesta: Pues sí, ya ni modos; después da algunas vueltas y, finalmente, cuando los gritos del Santo parecen algo enojados, decide mostrarle el papel y ver qué pasa. El señor de la casa observa el papel y entiende por qué nadie contestaba el teléfono, luego le dice a Gregorio: ¡Ahora contesta! Pero el teléfono ha dejado de sonar. Entonces el Santo puede llamarle al Licenciado Gutiérrez para pedirle una explicación al respecto del misterioso documento hallado bajo la puerta.

Ester Hernández ha marcado el número unas cuatro veces y nadie le contesta, el nerviosismo en el despacho de Gutiérrez aumenta. Se miran fijamente la secretaria y el abogado, Ahora qué hacemos, dice Ester, ¿Y si no hay nadie en su casa? Mientras piensan en una alternativa, el teléfono suena, suena una vez, dos veces, tres veces... Ester no contesta, Gutiérrez no le pide que lo haga, ambos piensan en una alternativa para comunicarse con el Enmascarado de Plata. No les importa nadie más, podría estar llamando cualquiera; no les interesa cualquiera.

El Santo le está marcando al abogado, el abogado no contesta. El Santo se desespera, ha marcado ya tres veces. Entonces decide marcarle a otra persona. Cuelga el teléfono y marca el número de un viejo amigo, de un compañero de lides.
–¡Bueno! –contesta un adormilado viejo.
–Blue, habla Santo.
–¡Pinche Santo, no me digas Blue, tenemos ochenta y cuatro años, cabrón. Me llamo...
–¡No lo digas! Te llamo por un asunto para el cual no eres más que Blue Demon.

En la oficina de Gutiérrez intentan de nuevo. La secretaria y el abogado no saben si esta vez han tenido más éxito que las veces anteriores. El teléfono al que marcan está ocupado y, por lo tanto, hay alguien en la casa del Enmascarado de Plata, una casa que se les presenta en la imaginación, más bien como un centro de operaciones que como un hogar cualquiera.
La casa del Santo es como la de muchos. La oficina de Gutiérrez es como muchas también. En la casa, el Santo habla con Blue Demon. En la oficina un abogado y una secretaria se miran nerviosos.

–Quiere café– dice nerviosa Ester.
–Nos vemos en el Roxy– dice El Santo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo felices juicios de gusto pero los guardo, ahí luego, porque me choca parecer porrista. Hallé tres faltas de ortografía, ah, nimiedades. Plus vacilador: hace tiempo usé "mentado" en una malograda tentativa editorial ("el mentado Joaquín fue apresado blablabló" ), el columnista a cargo me dijo "¡qué es eso! No pareces universitaria sino viejita de botica." Empero ( otra término de boticaria) a mí me encanta la palabra.

Anónimo dijo...

"otro término" quise decir.

Héctor Márquez dijo...

Por lo menos ha habido un seguimiento a este proyecto del blog bluff. Y no está ahi abandonado por tus múltiples actividades (¡Salú!)

Livi Jazmín dijo...

Ffffhhhh ¡cácaro! Conste ¿eh? Yo vine a leer mi capítulo reglamentario del martes y no había tal. Conste ¿eh?

Héctor Márquez dijo...

No mames, que tenso el tema del documento que llegó a manos de Rodolfo Guzmán y a la par a las del Lic. Gutiérrez.

Pinche huevón ponte a escribir!!!

Anónimo dijo...

MMM no me gusta tu primer párrafo, no creo que sea necesario advertirle nada al lector, eso debes lograrlo con la narración y no con esa especie de didascalia. De cualquier modo está chido. Muere!!!

Anónimo dijo...

Como lo prometido es deuda, heme aquí escribiendo algo acerca de tus bien logrados primeros cuatro capítulos. Si bien ya había comentado algo por medios extraoficiales, no quise opinar hasta teminar de leer lo ya escrito. Y de nuevo te digo que me gusta lo que has logrado y... Mala onda! Pensé que encontraría algo nuevo para esta semana.

Pd. Vamos a las luchas ¿no?