lunes, 13 de agosto de 2007

III: El Santo

El Santo entra a su casa y la encuentra igual, como antes de irse, llena de muebles, de cuadros, de adornos. La figura de su juventud en un retrato se desprende hacia la sala como saltando sobre cualquier posible invitado. No hay invitados. Lo que hay es una mesita de té que quedaría hecha añicos si la juventud al óleo cayera sobre los muebles que la observan impertérritos. El silencio circunda las habitaciones como protagonista de todo el hogar: grande, inmarcesible para un hombre solo. El gladiador envejecido se coloca frente al cuadro y practica la postura que encabeza la estancia; coloca las piernas separadas, la derecha un poco adelante, los brazos abiertos, curvos, como sopesando las dimensiones del oponente, la espalda un poco arqueada, combativa, amenazante. Ya no es el mismo pero es él mismo, frente a frente. Después se deja caer sobre el sillón poco a poco. Sonríe y se observa las manos triunfadoras y aún grandes, acaso, fuertes. La primera sonrisa lo lleva a otra. Recuerda la reunión que acaba de tener con ese abogado Gutiérrez y piensa en lo ridículo que sería aceptar un trabajo como ese, a su edad y de conciliador. Piensa en el puesto de burócrata: de luchador a burócrata, a intermediario; y subraya la palabra intermediario cuando la piensa. Sería tanto como asumir una decadencia. El Santo, el enmascarado de plata, termina su carrera triunfal solucionando el conflicto entre luchadores y empresarios, diría una plana periodística, con la fotografía correspondiente en el borde, de un héroe decrépito y soñoliento.
Llegados a esta parte todos estarán pensando, Pero claro que aceptará, si no, no hay novela. Hasta ahora el Santo no quiere participar, lo supo desde la primera llamada de Gutiérrez y lo tiene muy claro. Prefiere mantenerse en su casa, donde todo es tranquilidad, y leer plácidamente el Hamlet. ¿Por qué el Hamlet? Pues eso no lo tiene muy claro este narrador, pero acaso se irá sabiendo conforme la historia continúe su curso. Tal vez sea sólo porque cuando uno no tiene mucho que hacer y no ha leído el Hamlet o el Quijote es buen momento de comenzar. El Quijote ya lo ha leído, con el problema de tener que aguantar una agotadora y continua depresión. Al contrario de lo ocurrido en un lector común, el Hamlet no le provoca el desasosiego que Cervantes le causa. Qué buen equipo haría el Quijote con Hamlet, piensa el Santo, el ímpetu justiciero del caballero andante con la racionalidad y el pulso firme del vengativo príncipe.
El enmascarado de plata, como podemos observar, no ha terminado de leer la tragedia Shakespiariana. Su fascinación no es la de un hombre docto, ni hace literatura comparada, sólo encuentra en Hamlet lo que le falta al caballero andante para cambiar al mundo. Mientras Alonso Quijano es viejo, torpe, e idealista, Hamlet es joven, racional, maduro y vengativo. No podría sentirse vinculado con Hamlet como con el caballero andante. Hamlet vive una tragedia que lo configura; Quijano vive diariamente un nuevo fracaso y espera el día siguiente para comenzar de nuevo.
Gregorio despierta al Santo. Gregorio es el chofer, a veces el cocinero; junto con su esposa, son la compañía más frecuente que tiene el enmascarado. Gregorio y Margarita, su esposa, temen la llegada del día en que el Santo cierre los ojos y no los vuelva a abrir hasta que sólo pueda observar a través de los cuencos. Gregorio recuerda cuando el Santo rodó por las escaleras y se rompió la clavícula. Gregorio querría preguntarle al Santo si quiere que lo entierren enmascarado pero no se atreve porque el viejo ha estado pensando en su muerte y se ha deprimido, ha hecho testamento y se ha deprimido más, ha rodado por las escaleras y, posteriormente, ha llorado.
El héroe enmascarado ya se acostumbró a su dieta de pescado asado, al arroz insípido, al agua sin azucar, el café descafeinado. Tomar café descafeinado, piensa el Santo, es como desayunarse omelet de huevo, desomeletihuevisado. Pero ya no se queja, puede continuar, como remontándose a sí mismo, desbastando su vida mientras escribe sus memorias.
El Santo no ha comenzado a escribir sus memorias, pero tiene el plan de hacerlo. Un título sería bueno para comenzar: El Santo contra la ochentosis, Desenmascararse de plata, Brincar desde la tercera edad, Máscara contra calavera, Ayer contra Hoy. Ningún título es bueno. Podría ponerle simplemente Santo o El Santo, pero qué se podría esperar de un libro de memorias que se llama igual que su autor, qué tipo de añoranza puede seguir enmascarada. Memorioso y añorante son términos que se parecen mucho a los ochenta y cuatro años. Qué clase de autobiografía no es también un escuálido Rocinante acostumbrado a no comer, cuando se ha estado acostumbrado durante décadas a pelear contra momias y mujeres vampiro.
El Santo casi se sobresalta cuando le preguntan si ha comido bien. Ha estado pensativo como todos hemos visto y ha comido bien aunque hubiera preferido un bife de chorizo. Toma una siesta después de la copita que le recetó el doctor o que tal vez no le recetó nadie pero se sabe que es muy buena si es sólo una copita, acaso, dos.
A estas alturas los sueños adquieren una importancia mayor porque son un reflejo del pensamiento y el pensamiento es una actividad aún ágil. El viejo es, por necesidad, onírico y por lo tanto quijotesco, desdeñador de la frontera que separa lo real de lo imaginario. Bien hubiéramos podido narrar la siesta sin llamarla siesta, y haber dicho: sólo una copita, acaso dos que al terminarse dejan al personaje reconstituido, enmascarado a la manera de un Fantomas de plata que se asombra de misterios personales, de las momias y los siniestros científicos que alberga su propio inconsciente. El Santo no lo piensa así exactamente, sólo se dice en voz baja: Debo comenzar mis memorias.

5 comentarios:

Livi Jazmín dijo...

¡Infame! No he leído el segundo y ya subiste el tercero. Bueh, tendré que leer ambos de un sentón.

Anónimo dijo...

Y bueno, ya leí los tres capítulos. Por mucho, me gustó más el tercero. Reí a montones con ese humor tan agrio. "Desomeletihuevizado " y "ochentosis," uno de esos juegos de palabras que nunca se me hubiesen ocurrido. Y no tengo más que añadir, porque a final de cuentas yo no sé de figuras retóricas ni de adjetivos, sólo soy una aficionada.

Anónimo dijo...

Fe de erratas: donde dice "uno de esos" debe decir: "dos de esos"

Anónimo dijo...

Querido Sr. Narrador,
El tercero capítulo, me parece, tiene más que ver con un autor que nos atrae a ambos: Onetti. La imagen del cuerpo del Santo ya viejo, flácido, varicoso tal vez, me recuerda un poco a "La vida breve". La alusión a Hamlet, lo mismo; salvo que usted, Sr. Narrador, ha agregado el ingrediente foucaultiano: la relación Hamlet-Quixote. Como escribe el buen Michel, los dos son los locos más famosos del siglo XVII. Me gusta la relación que usted retoma, y creo -de verdad que sí- que usted no ha hecho copia de Foucault y que todo ha sido expontáneo. Sé que andaba leyendo las aventuras del ingenioso hidalgo y también sé que usted tiene algo de Hamlet.
Hace poco escuchaba en voz de un cantante que me agrada, Bunbury, que a él le gustaba hablar de otros, otras cosas, en sus discos. Que le chocaba el onanismo. Creo que sucede algo parecido en su novela, pues en ella no sólo está el Santo (Larsen) o Gutiérrez (Lanes) sino que hay una cantidad de elementos que la vuelven -citando a Julián Meza-: un carnaval de las letras.
Siga por favor, pues me encuentro como Amete Benenjeli cuando se le habían acabado las hojas traducidas y no podía seguir disfrutando de las historias de tan riguroso caballero, como lo es su enmascarado de plata.
Lo abrazo y brindo por la no descafeinización del café.
Atte.
Héctor Iván

Dactiloritmo dijo...

Agradezco mucho los comentarios. Sobre todo los del Doctor Héctor Iván Gonzáles, el de Livi y el de la compañera (conocida? desconocida?) Coco coco c choo. Muchas gracias. Y Salud!