lunes, 30 de julio de 2007

Capitulo I:

Arenas movedizas

El Santo, que había tenido a la tercera cuerda como su segundo hogar, se encontraba hoy apanicado ante el comienzo de aquellas escaleras. Las remontó por fin y, con la máscara erguida, se presentó ante la secretaria pidiendo hablar con aquél abogado Gutiérrez.
La mujer, en un principio sentada y con gesto distraído, se apartó de su lectura. Con una teatralidad exagerada, saludó con veneración al ídolo enmascarado y anunció su llegada. Contraria a su actitud cotidiana, dio a conocer su identidad cubierta por su vestimenta burocrática:
--Santo, yo soy Ester Hernández, honrada de conocerlo—dijo—El licenciado lo espera ansioso.
La mujer no pudo evitar la confrontación de la imagen que su memoria había idealizado el día en que supo que conocería al superhéroe nacional, con la figura enjuta y avejentada que pretendía, a fuerza de voluntad, mantenerse erguida. Lo observó de pié por un tiempo exagerado, dibujando con amabilidad la sonrisa que le había valido el elogio de todos aquellos que por desgracia o azar debían reunirse con Gutierrez. La figura que formaban era la antítesis de lo que la costumbre nos hizo ver en un héroe; esta vez la gallardía y la juventud, desterradas, confirmaron el paso de los años y le sonrieron de nuevo para mostrar el camino del privado que guardaba un mensaje para aquél guerrero del ring.
Nuestra imaginación nos regala un escenario en el que el Santo irrumpe al recinto de Gutiérrez y éste se encuentra sentado de espaldas al escritorio y sólo es posible observarlo cuando hace girar el mecanismo del asiento y, finalmente, dirige la mirada sarcástica hacia su invitado. Sin embargo la realidad es acaso menos pretenciosa.
Al entrar en el privado, Gutiérrez saltó como impulsado por el resorte de su asiento y tendió la mano al personaje de la máscara plateada.
--Siéntese Santo, lo que debo tratar con usted es un asunto de suma importancia.
--Dígame licenciado, su llamado parecía urgente. Espero que no se trate de nada grave—dijo el Santo mientras pensaba en la exagerada gesticulación de Gutiérrez.
-- Antes que nada ¿gusta tomar algo?
Al notar que lo que le apetecía era un té de manzanilla con tres de azúcar, el enmascarado de plata denegó el ofrecimiento. Gutiérrez continuó:
--Se trata del sindicato de luchadores, Santo, sus compañeros quieren que usted los dirija y nadie más podría hacerlo. Se trata de poco más que una súplica—dijo en tono dramático—.La situación actual es un desastre y no nos queda otra alternativa que ponerlo todo en cintura bajo el nombre de alguien con su trayectoria en las arenas. Los patrocinadores están dispuestos a pagar lo que usted pida y su trabajo estará a cargo de expertos administradores y abogados que este bufete ha seleccionado para el trabajo arduo; usted sólo tendrá que conciliar un poco, el resto de los problemas están solucionados, le pedimos que haga algo de labor de convencimiento y eso es todo.
Un silencio incómodo llenó la estancia. El luchador incrédulo pasó revista a los ademanes del hombre detrás del escritorio, ensayando un movimiento de manos pretendidamente sarcástico.
--Verá abogado—dijo, pausadamente, el Santo—Yo ya soy un hombre viejo y aún hablar me cansa. Las reuniones me aburren y el tiempo se me agota, le suplico que busque a alguien más.
--Pero es que no hay nadie más, Santo. Solamente le pedimos su presencia enmascarada como aval para las negociaciones. Cualquier ayuda de su parte nos sería muy útil. La situación es insostenible, le suplico que considere la propuesta.
--Le prometo pensarlo, licenciado, no le puedo decir más. Me comunicaré con usted la próxima semana—y, así, distraído, salió sin despedirse.
En el estacionamiento lo esperaba el chofer, ahí donde, al convertible plateado lo había sustituido el tiempo con un auto común, en homogénea concordancia con la gran ciudad, irreconocible y perversa.

domingo, 29 de julio de 2007

Pagina Bluff

Bueno sí, para caer en el lugar común he de decir que más rápido cae un hablador que un cojo. Yo soy un hablador que cojea mucho cuando habla y que habla mucho de lo que cojea. En fin, supongo que la mayoría de los que lean acá sabrán de qué hablo. Por lo demás, he creado esta página Bluff para obligarme a escribir una novela negra que comencé hace tiempo y que he dejado abandonada como un año, tal vez más. Busco consejos, propuestas y, sobre todo, elogios y juegos florales. Me gustaría también pedir fama y sexo, pero esto no se trata de mi sino del Santo, el Enmascarado de Plata, que ha regresado para regocijo de chicos y grandes.
El objetivo es, pues, escribir una novela por entregas. Un capítulo por semana. Espero que a los lectores les sea divertida la lectura y que yo, en poco tiempo, haya cumplido con mi objetivo.
Queda de ustedes,


VM