lunes, 24 de septiembre de 2007

V. Concepcion

–De lo que yo sé es de años y de luchas. De máscaras, de chingadados. De picadas de ojo. A mi lo que me gusta es ver madrazos. Chingadamadre, y aquí encerrada como una pendeja...
Antes, cuando doña Concepción podía salir a las arenas, era una mujer feliz, serena, alegre. Le repugnaban las leperadas. Pero ahora tiene que ver las luchas en la televisión y no le gusta. Ahora dice muchas groserías, ha descubierto el placer de un Chingadamadre bien dicho. Todos la recuerdan por participar furiosamente en las peleas; a ella le indignaban las barbajanadas de los rudos así que les lanzaba pepitas, los pellizcaba.
Era doña Concepción parte del espectáculo de la Lucha Libre. Pero ahora, con muchos años encima y unos cuantos más que ha estado cumpliendo, sus hijos ya no la dejan salir sola, ya no camina bien, ya nadie quiere acompañarla. Así que se enoja y mira con nostalgia la fotografía en blanco y negro que está junto a su cama. En ella se observa a Blue Demos abrazando a una mujer de unos cuarenta y cinco años, muy delagada y sonriente. La anciana ya no se reconoce en la fotografía pero recuerda bien el día en que la tomaron, era una noche de agosto de 1953.
Así es la vida, piensa doña Concepción, después de la tercera caída uno ya no participa. Son las pinches reglas. Doña Concepción olvida que ella ya lleva más de tres caídas, y parece no tener límite de tiempo.
Sobre una repisa varios luchadores se miran desafiantes; los hay nuevos y viejos. A algunos se les ha descarapelado la pintura original o se les ha perdido la capa. Deben medir entre diez y veinte centímetros. En la pared contigua hay una colección de películas. El Santo encabeza la lista, por supuesto, con cincuenta y tres. Le sigue Blue Demon con veinticinco. El cine de estos tiempos ya no es como era antes. Ah, para lugares comunes el de los tiempos. Las luchas por televisión son tan poco emocionantes como las películas en las que el público no participa. Añora la vieja los tiempos en que, aquel que entraba al cine, iba con la voluntad del más crédulo de los fieles. Lo importante era involucrarse con los personajes; temerle a los monstruos y, en caso de ver al héroe en peligro, gritar: ¡cuidado, atrás, atrás! Ver el cierre del disfraz de un monstruo no tenía la más mínima importancia. Los errores de continuidad no los notaba nadie.
Por eso doña Concepción hace lo contrario de lo que acostumbra un cinéfilo actual. En lugar de convertir sus viejas películas en devedes, ella compra los rollos de película original, en latas. Así puede reproducirlas en un proyector y lograr la magia del cine en su casa. ¿Cómo lo hace? Doña Concepción conocía a mucha gente. Ahora ya no conoce a nadie, pero puede ver las películas en su casa. También puede hablarle a Blue Demon, que está solo, igual que ella, y decirle:
–¿Blue?
– Otra que trae lo de que soy Blue Demon, pues qué traen ustedes– responde un anciano Blue Demon.